En el corazón del ministerio cristiano late una convicción profunda: Dios llama. No como quien convoca empleados para una tarea funcional, sino como quien escoge siervos para una obra santa, eterna y transformadora. El llamado pastoral no es una aspiración humana ni una carrera eclesiástica; es una vocación divina que nace en el misterio de la gracia y se manifiesta en la historia concreta de la Iglesia.
- El origen del llamado: iniciativa divina y respuesta humana
Desde una perspectiva bíblica, el llamado pastoral es ante todo una obra del Espíritu Santo. No es el resultado de habilidades naturales, ni de una inclinación emocional hacia el servicio religioso. Es Dios quien llama, capacita y envía. El apóstol Pablo lo expresa con claridad: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros” (Efesios 4:11). La iniciativa es del Señor. La respuesta, del corazón rendido.
Este llamado se discierne en oración, se confirma en comunidad y se prueba en el carácter. No basta con sentirlo; debe ser reconocido por la iglesia local, evidenciado en frutos espirituales y sostenido por una vida de integridad.
- Función pastoral: cuidado, enseñanza y formación
El pastor no es un gerente de actividades ni un animador de multitudes. Es un siervo del Señor para el cuidado del rebaño. Su función es triple: alimentar con la Palabra, guiar con sabiduría y proteger con amor. El ministerio pastoral implica predicar con fidelidad, enseñar con profundidad y acompañar con ternura.
La teología bautista subraya la centralidad de la Escritura en esta tarea. El pastor es un expositor bíblico, un formador de discípulos y un mentor espiritual. Su púlpito no es un escenario de opiniones, sino un altar de verdad. Su oficina no es un despacho administrativo, sino un lugar de escucha, oración y restauración.
- Importancia para la iglesia: columna y sostén del cuidado espiritual
Una iglesia sin pastor es como un cuerpo sin corazón. Aunque Cristo es el Cabeza, el pastor es llamado a ser un canal de vida, dirección y consuelo. Su presencia encarna el amor de Dios en medio del pueblo. Su ministerio sostiene la salud doctrinal, la unidad comunitaria y la misión evangelizadora.
En contextos de sufrimiento, confusión o crecimiento, el pastor es un referente espiritual. Su voz orienta, su ejemplo inspira y su oración sostiene. Por eso, la iglesia debe valorar, cuidar y orar por sus pastores. No como celebridades, sino como siervos que cargan el peso de muchas almas.
- Reconocimiento y responsabilidad: honra con discernimiento
El llamado pastoral merece reconocimiento, pero no idolatría. La Escritura enseña: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (1 Timoteo 5:17). Honrar al pastor es justo, pero también es necesario exigirle responsabilidad.
El pastor no está por encima de la iglesia, sino al servicio de ella. Su vida debe ser ejemplo de santidad, humildad y transparencia. Su liderazgo debe ser rendido a Cristo.
- Un llamado que transforma
Es una vocación que exige entrega total, formación constante y dependencia absoluta del Espíritu. En tiempos de confusión teológica y superficialidad ministerial, necesitamos pastores que vivan su llamado con profundidad bíblica, pasión misionera y carácter cristiano.
Que la iglesia ore por sus pastores, los forme con sabiduría, los acompañe con amor y los exhorte con verdad. Y que los pastores recuerden cada día que su llamado no es un privilegio, sino una cruz; no es una plataforma, sino un altar; no es una carrera, sino una obediencia.
Pr. Daniel Villasana
Director de Comunicaciones
Convención Nacional Bautista de Venezuela